Mirando hacia atrás
Érase una vez, en una acogedora panadería-pastelería del distrito 12 de París, un encuentro que cambiaría el curso de las cosas.
Allí estaba yo, un cliente cualquiera, mientras Fabien, el corazón de esta tienda, me atendía con pasión y maestría. Un encuentro inofensivo, se podría pensar, pero iba a dar origen a una historia empresarial tan deliciosa como sorprendente.
A Fabien siempre le había gustado la pastelería. Sin embargo, la vida le tenía
reservado un camino completamente distinto: el de la contabilidad.
Después de pasar años en el ambiente apagado de una oficina contable, se hizo
evidente la necesidad de cambiar de profesión. Decidió cambiar de rumbo y aprender
el oficio que siempre le había entusiasmado.
Por aquel entonces trabajaba como analista empresarial. Aunque todo parecía
oponérsenos, aquel día había algo especial en el aire.
Una conexión palpable entre nosotros, basada en nuestro compromiso compartido y en
un deseo aún implícito: compartir más felicidad a nuestro alrededor y más allá.
Así que decidimos embarcarnos juntos en una aventura empresarial. Abrimos dos
panaderías y pastelerías en la región parisina, mientras compaginábamos la educación
de nuestros hijos.
Pero a pesar del éxito aparente, había un vacío en nuestras vidas, una sensación de
estar incompletos.
Un día, tomamos una decisión audaz: decir adiós a nuestra vida parisina y empezar
de nuevo en Valencia.
En septiembre de 2019, nació "Passage à Paris". Pero apenas unas semanas después,
el mundo se puso patas arriba por la pandemia de COVID-19.
Afortunadamente para nosotros, la historia no acabó ahí.
Y 20 años después, hemos decidido escribir una nueva.
Todavía a tu lado... pero mucho mejor.
Mucho antes de conocer a Fabien, mi historia con la pastelería era bastante particular:
debes saber que no crucé el umbral de una pastelería hasta que fui adulta. Y con
razón. Los pasteles industriales de supermercado que probé de niña eran tan
mediocres que desarrollé una aversión por lo dulce y prefería lo salado.
En más de 20 años de convivencia, nunca he intentado hacer un pastel. Es aún más
triste si tenemos en cuenta que vivo con la mejor profesora de repostería del mundo.
¿Por qué nunca lo he intentado? Bueno, creía falsamente que la repostería no era para
mí. No era lo suficientemente buena ni estaba lo suficientemente preparada.
Crecí en una familia modesta. Y para quienes estén familiarizados con nuestra vida
cotidiana, la pastelería en nuestra casa sólo procedía de los supermercados. Pasteles
fabricados en serie, envueltos en papel de plástico y horriblemente dulces.
¿Comprar una tarta en una tienda para conmemorar un acontecimiento, decías? Pues
no. De ninguna manera. Nunca fue una opción.
Y como los hábitos son duros de matar, este pensamiento limitante se me ha quedado
grabado. Incluso cuando seguí adelante.
Los pasteles de Fabien me han ayudado a reeducar mi paladar, pero ¿cuántos de
nosotros tenemos tanta suerte?